Por El Rábano
CDMX.- Con una afluencia anual de mil 623 millones 828 mil 642 usuarios, el Sistema de Transporte Colectivo se apuntala nuevamente como el juego de mayor demanda entre los capitalinos y visitantes de la Ciudad.
La cifra de boletos vendidos para esta atracción hace palidecer a la de parques de diversiones consolidados, como Disney World, con sus ridículos 20 millones 395 mil visitantes anuales; Universal Studios, con sus miserables 9 millones 998; o Six Flags México, con sus despreciables 2 millones 486 mil usuarios.
¿Pero qué es lo que atrae cada día a millones de personas al Metro capitalino?
¿Su lentitud? ¿sus filas? ¿sus aromas? ¿la emoción que representa el hecho de que en cualquier momento podrías ser despojado de tus pertenencias sin siquiera darte cuenta? ¿sus alegres animadores que, armados con estridentes bocinas, recorren cada uno de los vagones ofreciendo souvenires auditivos para conmemorar la visita? ¿la posibilidad de recibir un masaje corporal sin haberlo solicitado? ¿la sensación que da el saber que de un momento a otro podrías morir porque las llantas no son compatibles con los rieles? ¿o quizá sea la adrenalina que genera el saber que el conductor podría estar ebrio?
Un secreto bien guardado
Como si estuvieran de acuerdo, todos los usuarios del STC Metro que consultamos durante nuestro recorrido se negaron a responder a la pregunta “¿Por qué le gusta tanto venir a este juego?” limitándose a lanzarnos unas miradas muy extrañas mientras se alejaban para ser devorados por la masa humana.
Uno tras otro, nuestros intentos por conocer la clave del éxito de este aglomerado juego fueron rechazados por sus disciplinados pasajeros.
Pero ese silencio generalizado tiene una lógica explicación y es que, para no arruinar la experiencia a nuevos visitantes, quienes abordan los vagones seguramente tienen que jurar que jamás revelarán el secreto que ha convertido a este tren color piel de Donald Trump en una de las máximas atracciones a nivel mundial.