Lamenta sujeto haber aprendido a tocar la batería

Por El Champiñón

Puerto Vallarta.- Reynaldo Mendoza, de 26 años de edad, tenía un sueño: convertirse en el elemento clave en la diversión durante las reuniones con sus amigos.

Tocar un instrumento sería una gran opción, pensó hace ya casi 9 años y, con una determinación que hoy le resulta extraña, acudió a inscribirse a una escuela de música.

Mientras pedía informes se contagió del entusiasmo mostrado por los estudiantes de batería, mismo que rebasaba al de los aprendices de los demás instrumentos.

Los meses se convirtieron en años y, de un día para otro, adquirió la confianza necesaria para demostrar a sus amigos su recién adquirido talento.

Ellos aplaudieron y se emocionaron al ver la destreza mostrada por Reynaldo quien, como siempre lo soñó, constantemente es invitado a más reuniones de las que pudo haber imaginado.

“El problema es cargar para todos lados con los méndigos tambores”, lamentó, “ni coche tengo y cuando llego a las reuniones sin la batería, siempre puedo ver la decepción en el rostro de quienes me invitaron”.

 

 

Perro que habla oculta habilidad a su dueña

Por Daucus Carota

Su nombre es Fido, sí, lo sabemos… qué común.

Lo que no es tan común es que Fido puede hablar.

Desde temprana edad, esta cruza de Labrador y Labrador comenzó a decir sus primeras palabras pero pronto decidió dejar de hacerlo al notar que los humanos que lo escuchaban comenzaban a golpearse la cabeza contra la pared al tiempo en que repetían la frase “No estoy loco”.

Esas primeras experiencias marcaron a Fido quien, al cumplir un año de edad, fue adoptado por su actual propietaria.

“Ella es muy platicadora”, señaló el can en entrevista, “frecuentemente me hace preguntas que en verdad deseo contestar, pero prefiero no hacerlo. No quiero que pierda la razón por mi culpa”.

Alma, la dueña de Fido, nos mira desde la puerta de su casa, seguramente pensando que se trata de un monólogo.

“Es mejor así”, dijo Fido al alejarse de la reja para ir al lado de su dueña.

“¡Adiós, Fido!”, le grité con malicia, esperando que en un descuido el can revelara ante su dueña que puede hablar.

“Guau”, me contestó sin voltear el sagaz perro.